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Historias por las orillas de un río que se seca

Chacaito-1

Así como la topografía de la ciudad ha cambiado con su crecimiento, también ha cambiado el centro social, el corazón urbano. Si la plaza Bolívar y sus alrededores es el centro histórico de Caracas, Chacaíto es el centro de la ciudad moderna.

En Chacaíto hay una estación de metro que no se cruza con ninguna otra pero por su ubicación geográfica y cercanía a uno de los pocos enlaces peatonales y vehicular con la zona sur y el sureste de la ciudad (puente de Las Mercedes), es un constante ir y venir de peatones, vehículos particulares, transporte público, motos.

Allí se da un intenso mundo social característico de las zonas fronterizas. En Chacaíto, particularmente en la plaza Brión, confluyen los límites de tres municipios metropolitanos: Chacao, Baruta y Libertador. Eso pudiera significar mayor vigilancia y atención por parte de las tres jurisdicciones, pero termina siendo de ninguna. Es como un espacio abandonado físicamente a pesar de la multitud que circula por ese lugar todo el día y hasta bien avanzada la noche: edificaciones abandonadas, basura, poca iluminación, poquísima vigilancia, gente de la que llaman “de mal vivir” a sus anchas. Es una tierra de nadie.

Entre 6:00 y 8:00 pm de un viernes el río de gente que allí confluye no cesa. El grueso son empleados y obreros que provienen del este, El Rosal, Chacao y sus alrededores; del sur, Las Mercedes por la avenida Lazo Martí, y del oeste, del bulevar de Sabana Grande, más las calles adyacentes. En esta época del año no hay estudiantes, un agregado importante en época de clases.

A pesar de la constante llegada de gente a la plaza, poca se detiene. Chacaíto es un sitio de paso, un nodo de distribución del transporte terrestre que lleva hacia cualquier parte de la ciudad. Quienes vienen a tomar el metro allí pueden llegar hasta cualquier sitio al que lleguen las líneas del metro. Por un lateral de la plaza Brión mucho tráfico automotor (aunque menos que en otra época de la ciudad).

El resto del conglomerado humano lo constituyen mendigos, niños de la calle, predicadores evangélicos, trabajadoras sexuales, mototaxistas, traficantes de drogas. Esto hace a la zona de alto riesgo.

Los edificios residenciales de los alrededores, en la avenida Solano, la avenida Principal de El Bosque, calles hacia la Casanova, con excepción de los habitantes de los edificios de Misión Vivienda ubicados en esta última avenida, se ven obligados a refugiarse en su casa desde temprano. Aunque la hay, en la noche pareciera que no hay viviendas cerca, no se ve vida vecinal.

A las 7:00 pm, los dos sitios comerciales de esparcimiento (bares) cerca de la plaza Brión, están con muy pocos clientes. En uno suena permanentemente Diomedes Díaz con su vallenato, pero no convoca como en otros sitios de la ciudad. Unas pocas parejas aburridas chequean sus celulares.

Frente a esos bares, cerca de las 7:00 pm, el predicador del evangelio –un personaje emblemático del lugar– está de pie con su arenga, aún cuando no hay nadie a su alrededor. Sus palabras vuelan, se van directo al cielo. Una hora después, cerca de las 8:00 pm, reconociendo su soledad, está sentado en un banco tratando de leer versículos del libro sagrado en la casi tiniebla de aquel lugar.

Más movimiento hubo desde las 6:00 y hasta más allá de las 8:00 pm, a la entrada del CC Chacaíto, con dos fuentes de soda otrora mirando hacia la plaza, integradas a ella, pero ahora separados por rejas, matas de plástico y vigilantes privados. En una suena un DJ con karaoke interpretando un tecno-merengue, en la otra, una cumbia. En la primera, buena cantidad de clientes, desde hombres solos, pasando por parejas, grupos de compañeros de trabajo, hasta familias completas. La otra, desolada como los pasillos del centro comercial y el estacionamiento al aire libre. A las 6:30 pm todas las tiendas del centro comercial están cerradas. En actividad solo estas dos fuentes de soda y un gimnasio.

Abandonados están los locales que ocuparon algunas tiendas emblemáticas de la plaza Brión desde los años 80 hasta la primera década de este siglo: Don Disco y Deco-Dib, con el exquisito mobiliario para oficinas de Henry Miller. Más recientemente instalaron EPK, ropa para niños, pero las vidrieras lucen abandonadas como las que le antecedieron en ese lugar.

Por la plaza Brión, la gente transita hacia la estación del metro o sale apurada de allí para dirigirse a la parada de carritos donde le espera una larga cola. A pesar de lo hosco del lugar unas pocas parejas se abstraen para demostrarse amor. Unos pocos vecinos jóvenes salen del gym situado en el CC y, a pesar de su sudor, le dan algo de frescura a la zona.

Guacamayas cruzan el cielo cantándole a la vida.

En la intersección de la avenida principal de El Bosque con la calle Santa Isabel, parte de atrás de la gran tienda por departamentos, BECO –cerrada a las 6:00 pm y aislada de la plaza con rejas–, las colas de usuarios del metrobus que va hacia el sureste son lentas y largas. Mucha gente a la espera. Se nota el cansancio, la tensión. Un señor de la tercera edad quiere hacer valer la prioridad para los de su edad en la cola pero no puede ante la protesta de un grupo de mujeres que aluden cansancio de la espera.

Mototaxistas merodean el lugar tratando de pescar pasajeros. Nada. Parece que la gratuidad del metrobus se impone a pesar de las inclemencias del tiempo perdido por los usuarios.

En un recodo de esa intersección, cerca de la boca de la estación del metro que da hacia El Bosque, en un suerte de plazoleta, varios grupos de personas conversan animadamente, comparten licor, ríen. Llama la atención el que a pesar del deterioro físico y la suciedad del lugar, el ambiente social sea grato. Se ve que se divierten. No esperan a nadie, no esperan nada; conversan, beben y se divierten. Es un sitio de reunión. Una hora más tarde, algunos grupos han variado pero la gente sigue conversado, divirtiéndose. Algunos, ya con evidentes efectos del alcohol, pero pasándola bien.

En la cuadra del desemboque del bulevar de Sabana Grande en Chacaíto (antiguo cine Broadway), hay mucha más gente en actividades variadas. Alguna parece no estar en tránsito, trabaja por allí, otra vive en la calle. Entre esa gente hay un grupo de niños de la calle cuya composición varía en la medida que se desplaza por la plaza. Pueden ser tres, cinco varones; también más y una o dos niñas, una adolescente. Todos, entre 6 y 14 años, según dijeron. Consumen piedra, marihuana, crack. Algunos tienen mamá y/o abuela, otros no saben de su familia. No quieren volver a sus casas, ni a ninguna otra. Les gusta la calle. Manguarean por el lugar, observan a los transeúntes, pero sobre todo están pendientes de sus amigos mototaxistas y algunos dependientes de tiendas cercanas que le suministran comida y algo más que no se capta qué es. A pesar de la hostilidad y violencia en que viven resultaron receptivos al acercamiento de un extraño como también lo fueron sus tres jóvenes interlocutoras, trabajadoras sexuales en la zona.

Fueron ellas las que obtuvieron la información anterior. Una comenta que el más pequeño del grupo, de seis años, es de la misma edad de su hijo. Uno de los compañeros dice que él ya se mete crack y se lo guarda en el culo. El niño parece no entender nada de lo que se habla de él. Su ropa, zapatos, corte de pelo, aseo, dicen de un niño atendido. Nada que ver con el resto del grupo. Una de las mujeres conoce a la madre de ese niño y dice que trabaja por Las Mercedes, que viene temprano, deja al niño a cargo de los de la calle y se va al trabajo para recogerlo en la noche. El niño, calla.

Otra de las trabajadoras sexuales le ofrece al niño más locuaz y más sucio entre los sucios –como de 12 años– que se venga con ella para su casa, se bañe, coma bien y al día siguiente regresarán a la calle. El niño se niega. Es cuando da el discurso sobre su familia y que él prefiere la calle. Una segunda mujer trata de convencerlo que vaya a asearse, a comer, pero no logra nada. La tercera mujer hace un chiste que parece haber abortado todo plan de aseo y mejor comida: “ella lo que quiere es llevarte para su casa para quitarte el virguito esta noche”. Pareciera que el niño no entendió lo que le dijo pero el tema de conversa del grupo pasó a ser otro.

Pasa un mototaxista, los niños lo reconocen y corren tras él, quien se detiene un poco más adelante y se inicia un diálogo entre ellos. Poco después, niños, otros mototaxistas y otras trabajadoras sexuales hacen un solo grupo en donde se nota camaradería.

Muy cerca de ellos, a una cuadra de la plaza Brión, dos sitios que convocan mucha gente: la iglesia de Jesucristo Señor Universal, donde entra quien quiera “parar de sufrir” y el Volta, un legendario burdel de la zona, donde entra quien quiera disfrutar. En el templo de Dios es hora del oficio cotidiano y poca gente frente a la iglesia bastante iluminada. En el templo del placer, dos edificios más allá del de Dios, hay servicio 24 horas sobre 24, con turnos rotativos. Esto hace que siempre haya hombres y mujeres arriba, abajo, en frente, por los alrededores.

Cerca de las 7:00 pm parece que hay receso para algunas de las trabajadoras del burdel que bajan y se quedan conversando y fumando entre ellas, y unos jóvenes que se les unen. No parecen ser clientes sino tener algún otro tipo de relación con ellas porque hablan con confianza, se hacen encargos, uno le trae comida a su amiga. Dos de esas mujeres salen del burdel con sus hijos pequeños, uno, como de 5 años, llega al bulevar como al patio de su casa y corre hacia arriba y abajo. Parece conocer la zona y ser amigo de los vendedores ambulantes de la cercanía. La madre del más pequeño lo amamanta durante ese receso.

Un poco después de las 8:00 pm, a pesar de que el ambiente se hace más sórdido con el avance de la noche en la zona, resulta más tranquilizadora en términos de seguridad que los alrededores. Allí hay iluminación, la policía hace rondas y mucho movimiento de gente aunque alguna pudiera ser “mal comportada”.

En la parte de atrás del CC Chacaíto, avenida Solano, cerca de residencias Sans Soucí, prácticamente nadie circula, inclusive pocos autos. El ambiente es atemorizante a pesar de un módulo de la policía en la plazoleta de la avenida 3 de Las Delicias. Los agentes están dentro de la cabina, conversando entre ellos. Las calles solas.

En la plaza Brión y en el espacio que conduce a la calle Guaicaipuro que sirve de terminal de pasajeros de quienes vienen y van hacia el sureste, hay ausencia de vigilancia, muy poca gente circulando y la oscuridad es bien pronunciada.

Sobre la calle Guaicaipuro hay, entre los transportes que vienen y van, prácticamente una feria de la alimentación o una “calle del hambre”, debido a la cantidad de expendedores de comida rápida que resuelven cenas mientras se espera transporte. El paso apresurado de la gente que llega en los transportes del sur y camina hacia la estación del metro contrasta con la lentitud de las colas de quienes esperar irse.

A pesar de la oscuridad, falta de vigilancia y la soledad que aumenta, en los bancos de la plaza Brión sigue compartiendo un grupo de amigos bien apertrechados con cava con hielo, vasos tipo cooler, refrescos y, por supuesto, ron. Un poco más allá, un grupo también tradicional de ese lugar, practica hip-hop. Los muchachos originarios han sido sustituidos por mujeres y niños haciendo sus prácticas. Dos parejas de enamorados, cada una en un banco aprovechando la soledad del lugar y tres hombres solos, cada uno en un banco que parecen a la espera de nada.

El río humano hacia el metro o saliendo de la plaza Brión tiene menos caudal pero sigue fluyendo pasadas las 8:00 de las noche. Las colas de quienes esperan traslado a casa tienen menos gente pero ahora son más lentas. Muchos de los que esperan se han sentado en la acera, agotados de cansancio, dormitando, entregados a lo que sea, pero en Chacaíto no se duerme.

 

LB/Julio 2018