Andar otras ciudades que no son Caracas

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Vista de perfil, la ceiba de la plaza Bolívar de Chacao parece a punto de dar a luz en cualquier momento. Es sábado y bajo su copa resuena la voz de Gerardo Zavarce, suspendida en el limbo de la grabación que Ana Cecilia reproduce en un dispositivo inalámbrico: su testimonio llega desde Santo Domingo, pero se escucha en Caracas y Gerardo, los minutos que dura el audio, no está en ninguno de los dos lugares sino en un sitio más profundo y abstracto que hace eco en el grupo que lo oye: en la noción del exilio compartido. 

Caminar una ciudad que no es Caracas es saber 

que el barcito de la esquina se llama El Colmado 

y que la cerveza no es la Polar sino la Presidente, 

y que uno no la pide bien fría sino bien ceniza

https://www.youtube.com/watch?v=ZeEkCR1L3Q4&feature=emb_logo

Unas veinte personas respondieron a la convocatoria conjunta de Ciudad Laboratorio (Ciudlab) y Cáritas Venezuela, a propósito de la Jornada Mundial de Migrantes y Refugiados, bajo el nombre de “Andar otras ciudades que no son Caracas”. Se trata de un recorrido breve que inicia en Chacao y culmina en la plaza Brión de Chacaíto. La propuesta es pensar la migración como un asunto colectivo, mimar la fractura desde la voz y la palabra. Transitar una ciudad global.

Hoy los que se fueron vuelven a estar momentáneamente en casa a través de una experiencia que combina testimonios, fotografías y una selección de poemas a cargo de Kira Kariakin y Eleonora Requena.

“Hay quienes transforman la realidad migrando, nosotros nos quedamos aquí y queremos transformar esto”, dice Cheo Carvajal, director de Ciudlab.

En esta primera parada ya hay varios lagrimales que gotean. 

—Llorar ayuda a descongestionar los ojos —comenta Maricarmen mientras la caravana se dirige hacia la calle Cecilio Acosta. 

Maricarmen es vecina de Chacao. Conforme el grupo avanza sobre el pavimento ella señala las faltas y evoluciones de los negocios que ocupan las aceras. La cristalería de italianos que desapareció, el bazar gallego, los locales que mudaron la piel y se convirtieron en fruterías para aguantar la crisis. Su descripción enfrenta la realidad con el recuerdo. Aunque no se ha ido del país, la ciudad que Maricarmen describe es un pretérito.

El presente es la caminata, la nueva empatía espacial.

Ficus (El árbol de la goma)

En alguna parte de esta Sicilia incandescente

mi madre no ha muerto

¿dónde se han ido, dónde está mi ciudad?

¿se habrá hundido en el fondo del mar?

Kira recita el poema al pie de unas escaleras. Donde ella es sonido, el grupo guarda silencio. Asimila los verbos, esquiva la espina en los sustantivos madre-ciudad. Momentos atrás Elvy Monzant, director pastoral de Cáritas, hizo referencia a la imagen de los pasos: “Mientras caminamos vayamos sintiendo en los pies los pasos de todos esos que hoy están caminando… conectémonos con eso, pero no en clave de duelo, sino de esperanza, en clave de tener la certeza de que el reencuentro va a ser posible”.

El testimonio que sigue es el de Linsabel Noguera, fundadora de la Rana Encantada, un emprendimiento social que tiene 11 años en la promoción de la lectura, las artes plásticas y el teatro en niños y jóvenes. Linsabel está en Cardedeu (España) y sus palabras se detienen en el recurso de la mensajería instantánea como forma de sostener el hogar dejado atrás.

A pesar de los intentos de continuar el camino sin duelos, la garganta se siente ácida: un pixel nunca podrá igualar el alcance de un abrazo.

Caobos en la plaza Brión

(tauba, el árbol para contar los años)

Los caminantes adelantan un tulipanero africano y varios caobos. Ana Cecilia apunta que hay que fijarse en la corteza del ficus para distinguirlo del caobo (“y en las raíces, ¿ves cómo el ficus parece que quiere salir de la tierra?”). También están los frutos: los del primero son pequeños y blandos, en tanto que los del segundo recuerdan la silueta de las pomarrosas y por dentro tienen una pequeña mazorca de conchas que son las semillas. Ninguno de los dos es comestible. En el aire queda flotando el vocablo “raíz”.

Diana Rangel está en Barcelona (España). Vanessa Avendaño está en Lima (Perú). Cristina Müller está en Miami (Estados Unidos). Héctor Bujanda está en Guayaquil (Ecuador). Daniel Ramírez está en Medellín (Colombia). Sus voces han acompañado el trayecto hasta la plaza Brión, donde ahora habla Nelson González Leal desde México. Su reflexión parte de la condición de género para disfrutar la ciudad ¿camina igual una mujer por la capital mexicana que un hombre? La respuesta es no. Las calles por las que Nelson pasea con tranquilidad son una alteración en el pulso de las mexicanas a las que la noche sorprende fuera de casa.

¿Qué enuncia el sujeto que camina?

Cheo toma una tiza y, con la pista de audio aún activa, traza un gran círculo alrededor de los oyentes, encerrándolos en una pequeña pangea. Es hora de la dinámica de cierre: hacer memoria de quienes han cruzado nuestras fronteras.

El círculo principal es Caracas (¿cuántos siguen aquí?). Pronto se multiplican las circunferencias, cada una con el nombre de una ciudad llena de afectos. Santiago, Madrid, Buenos Aires, Cúcuta, Berlín, Viterbo, Washington. Algunos transeúntes se detienen a contemplar las listas de nombres que cubren los vacíos y se animan a añadir los suyos: nombres de amigos, primos, hermanos. Meses y años de distancia zanjados por un instante de tiza. De súbito, mamá vuelve a estar en Caracas, en su nombre escrito con creyón amarillo; y el mejor amigo y todas sus anécdotas se encuentran —cerquita— en una caligrafía temblorosa de color azul sobre los adoquines de una plaza que vio marchas y protestas, pero también risas y abrazos.

Entonces llega la lluvia.

Se acabó el tiempo de visitas.

No obstante, en el agua que corre y limpia prevalece una certeza: todo es efímero.

Estas ausencias también pasarán.